Pudiera parecer que decir que sí a todo y a todos es positivo porque estamos contentando a las personas con las que nos relacionamos. Pero igual obtenemos el efecto contrario: frustración por terminar haciendo algo que realmente no queríamos hacer; no llegar a todo lo comprometido, sumando por tanto más frustración y ofreciendo una pésima imagen (y fallando a los que nos importan).
Las razones de esa parálisis a la hora de decir que NO pueden ser varias y las hay de todos los colores:
La culpabilidad, ese sentimiento traicionero que te golpea donde más duele: la conciencia. Simplemente quieres ayudar, pero no consideras que igual te estás haciendo un lindo favor… Y esto se acentúa aún más en las mujeres por esa herencia cultural de debernos a los demás.
La incertidumbre de que si no aceptamos algo, no se nos presentarán futuras opciones (ya no nos volverán a llamar u ofrecer algo).
Querer agradar y el miedo a parecer una “mala onda”. Nadie quiere asumir el rol del “vinagre”. Y necesitamos todo el tiempo reafirmar lo buenos y solidarios que somos aunque ese día no tengamos ganas de nada.
Que todo nos parezca atractivo. Entonces tenemos un grave problema de gestión de prioridades y una limitación inherente al ser humano: nuestros días, como los de los demás, tienen 24 horas (ni un minuto más, ni un minuto menos).
Algunas frases de gran ayuda:
“Me gustaría poder ayudarte, pero me resulta imposible”.
“No soy la persona más apropiada para esto. Si quieres, te puedo dar el nombre de…”.
“Ahora mismo no cuento con el tiempo suficiente para llevar a cabo eso y a mí me gusta comprometerme al 100%”.